Un equipo internacional de científicos dirigido por la Universidad de Bath ha estudiado las diferencias evolutivas entre especies de mamíferos y ha descubierto que aquellas con cerebros más grandes y una esperanza de vida más larga tienden a invertir más en genes relacionados con el sistema inmunitario.
Sus hallazgos muestran cómo los cambios genómicos amplios, más que genes individuales, moldean la longevidad.
Los investigadores han analizado el potencial máximo de vida (MLSP, por sus siglas en inglés) de 46 especies de mamíferos y mapearon los genes compartidos entre ellas. El MLSP es la vida más larga jamás registrada para una especie, a diferencia de la esperanza de vida promedio, que está influida por factores como la depredación y la disponibilidad de alimentos y recursos.
Los científicos —cuyos resultados se publican en la revista Scientific Reports— hallaron que las especies más longevas contaban con un mayor número de genes pertenecientes a familias genéticas vinculadas al sistema inmunológico, lo que sugiere que este mecanismo impulsa la evolución de una vida más larga en los mamíferos.
Por ejemplo, los delfines y las ballenas, con cerebros relativamente grandes, tienen longevidades máximas de 39 y hasta 100 años, respectivamente, mientras que especies con cerebros más pequeños, como los ratones, pueden vivir solo uno o dos años.
Sin embargo, algunas especies rompen esta tendencia: los ratopines (mole rats) pueden vivir hasta 20 años pese a sus cerebros pequeños. Los murciélagos también viven más de lo esperado según el tamaño de su cerebro y, al analizar sus genomas, ambas especies presentaron más genes asociados al sistema inmunitario.
Los resultados sugieren que el sistema inmunológico es fundamental para sostener una vida más larga, probablemente eliminando células envejecidas o dañadas, controlando infecciones y previniendo la formación de tumores.
El estudio demuestra que no solo las pequeñas mutaciones (en genes o vías específicas), sino también los cambios genómicos de mayor escala (duplicación y expansión de familias de genes completas) son cruciales para determinar la longevidad.
El Dr. Benjamin Padilla-Morales, del Milner Centre for Evolution y del Departamento de Ciencias de la Vida de la Universidad de Bath, autor principal del estudio, explica:
"Hace tiempo que se sabe que el tamaño relativo del cerebro está correlacionado con la longevidad: ambas características comparten una trayectoria evolutiva, y tener un cerebro más grande ofrece posibles ventajas de comportamiento.
Sin embargo, nuestro estudio también destaca el sorprendente papel del sistema inmunitario, no solo en la lucha contra enfermedades, sino en el apoyo a una vida más larga a lo largo de la evolución de los mamíferos.
Las especies con cerebros más grandes no solo viven más por razones ecológicas; sus genomas también muestran expansiones paralelas de genes vinculados a la supervivencia y el mantenimiento.
Esto demuestra que el tamaño del cerebro y la resiliencia inmunitaria han avanzado de la mano en el camino evolutivo hacia vidas más largas".
Los investigadores planean ahora estudiar los genes relacionados con el cáncer identificados en este trabajo, para profundizar en la relación entre dichos genes y la longevidad y entender por qué existen diferencias tan marcadas en la esperanza de vida de los mamíferos.
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